En los años 80 del siglo XIX comenzaron a llegar a Santoña una serie de italianos, sicilianos bastantes de ellos, que se dedicaban a la salazón de la anchoa. Vieron que en el Cantábrico había mucha anchoa y empezaron comprando y enviándola para su procesamiento a Italia… hasta que algunos decidieron establecerse en Cantabria. Entre ellos, Gianni Vella.

Entonces, las anchoas se consumían en salazón, de modo que era el consumidor final quien tenía que ponerlas en condiciones de ser comidas, es decir, lavarlas, limpiarlas, pelarlas y eliminar barbas y espinas. Vella decidió limpiarlas en su fábrica y ponerlas en el mercado listas para tomar, sin más manipulaciones. En principio las envasó con mantequilla, hasta que se dio cuenta de que el excipiente idóneo era el aceite de oliva.